Muchos pensadores y filósofos te dicen solemnemente esta antigua sentencia: conócete a ti mismo. Con esto, quieren significar el primer paso para el crecimiento personal, para dejar de ser un animal bípedo implume y transformarse en un verdadero ser humano, o si se quiere, un ser espiritual revestido de un cuerpo. Es frecuente encontrar a personas que han leído mucho o participado de muchos grupos, aumentando mucho su conocimiento y creyendo, ilusoriamente, que esto sólo basta para tener sabiduría.
Sin embargo, lo que falta decir usualmente es que es muy difícil conocerse a sí mismo. A no ser que se cuente con alguien que verdaderamente haya logrado avanzar en este propósito y que te sirva de guía, requerirá un esfuerzo de años. Sin embargo, es un camino que vale la pena recorrerlo. Mientras se llega a la meta, cada paso que se dé conduce a una mayor libertad y a un mayor gozo de vivir.
Para conocerse a sí mismo es necesario observarse. Esto es el primer paso lógico. Como un espectador, mirarse la manera de comportarse, de pensar, de reaccionar, de emocionarse, etc. ¿Cuáles son mis pensamientos predominantes? ¿Cuáles son mis reacciones emocionales que me acompañan casi siempre? Sin embargo, los patrones conductuales que tenemos, lo que acostumbramos a pensar y a sentir, son condicionamientos y esquemas que hemos adquirido a través de la historia de nuestra vida. Lo que hoy somos es producto de lo que fuimos. No despertamos cada día como una hoja en blanco donde no haya algo escrito. Y estos patrones o esquemas conducen a una observación de sí sesgada, parcial y condicionada. No somos lo que creemos ser. Lo que estamos contemplando son esquemas emocionales y mentales que no son nosotros, sino que son “formas” adquiridas a través del tiempo de nuestra vida, producto de nuestras circunstancias. Una persona es lo que los demás han querido que sea. Tiene ideas políticas, religiosas y concepciones de la vida que son consecuencia de lo que le inculcó la familia, la educación y los medios de comunicación, entre otros. Pero eso no es la persona. Si le preguntamos a los demás que nos describan, que nos digan quienes somos, nos encontraremos con otras versiones muy distintas de nosotros mismos. Los demás nos ven de otra manera. Y tampoco somos lo que los demás creen que somos. No somos, pues, lo que creemos ser ni tampoco lo que los demás creen que somos. Entonces, ¿qué somos realmente? Conocerse a sí mismo no es tan fácil. La respuesta no es la que se nos presenta al principio. Llegaremos a descubrirlo tras muchas reflexiones. Es una aventura interesante intentarlo. Es muy valioso que investigues por qué piensas y sientes como lo haces ahora. Recuerda los hechos del pasado donde se incorporaron estas creencias. Observa que lo que hoy defiendes es en gran parte lo que los demás han querido que tu seas, pienses y sientas. Has sido un producto obediente de lo que los otros han moldeado en ti. Si haces un cuidadoso examen de tus creencias y esquemas mentales, preguntándote si realmente te agrada pensar y sentir así, comenzarás a liberarte del pasado y a ser un poco más tú, empezarás a descubrirte, redescubrirte y reconstruirte, ahora tomando el mando de tu vida.
Sin embargo, lo que falta decir usualmente es que es muy difícil conocerse a sí mismo. A no ser que se cuente con alguien que verdaderamente haya logrado avanzar en este propósito y que te sirva de guía, requerirá un esfuerzo de años. Sin embargo, es un camino que vale la pena recorrerlo. Mientras se llega a la meta, cada paso que se dé conduce a una mayor libertad y a un mayor gozo de vivir.
Para conocerse a sí mismo es necesario observarse. Esto es el primer paso lógico. Como un espectador, mirarse la manera de comportarse, de pensar, de reaccionar, de emocionarse, etc. ¿Cuáles son mis pensamientos predominantes? ¿Cuáles son mis reacciones emocionales que me acompañan casi siempre? Sin embargo, los patrones conductuales que tenemos, lo que acostumbramos a pensar y a sentir, son condicionamientos y esquemas que hemos adquirido a través de la historia de nuestra vida. Lo que hoy somos es producto de lo que fuimos. No despertamos cada día como una hoja en blanco donde no haya algo escrito. Y estos patrones o esquemas conducen a una observación de sí sesgada, parcial y condicionada. No somos lo que creemos ser. Lo que estamos contemplando son esquemas emocionales y mentales que no son nosotros, sino que son “formas” adquiridas a través del tiempo de nuestra vida, producto de nuestras circunstancias. Una persona es lo que los demás han querido que sea. Tiene ideas políticas, religiosas y concepciones de la vida que son consecuencia de lo que le inculcó la familia, la educación y los medios de comunicación, entre otros. Pero eso no es la persona. Si le preguntamos a los demás que nos describan, que nos digan quienes somos, nos encontraremos con otras versiones muy distintas de nosotros mismos. Los demás nos ven de otra manera. Y tampoco somos lo que los demás creen que somos. No somos, pues, lo que creemos ser ni tampoco lo que los demás creen que somos. Entonces, ¿qué somos realmente? Conocerse a sí mismo no es tan fácil. La respuesta no es la que se nos presenta al principio. Llegaremos a descubrirlo tras muchas reflexiones. Es una aventura interesante intentarlo. Es muy valioso que investigues por qué piensas y sientes como lo haces ahora. Recuerda los hechos del pasado donde se incorporaron estas creencias. Observa que lo que hoy defiendes es en gran parte lo que los demás han querido que tu seas, pienses y sientas. Has sido un producto obediente de lo que los otros han moldeado en ti. Si haces un cuidadoso examen de tus creencias y esquemas mentales, preguntándote si realmente te agrada pensar y sentir así, comenzarás a liberarte del pasado y a ser un poco más tú, empezarás a descubrirte, redescubrirte y reconstruirte, ahora tomando el mando de tu vida.
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